Y Si No Se Trata de Mal Comportamiento?

  1. Criar Fuera de lo Establecido
  2. La Crianza Pasa Factura
  3. Ponte Tu Propia Máscara de Oxígeno Primero — Para Poder Ayudarles a Respirar También
  4. ¿Qué Se Supone Que Estamos Buscando?
    1. Desregulación Emocional
    2. Estilos de Comunicación Unicos
    3. Hiperactividad
  5. Lo Que No Ayuda (Aunque Sea Con Buena Intención)
    1. “No la abraces durante una rabieta—solo quiere llamar la atención.”
    2. “Has probado a…?”
    3. “El mío ya se vestía solo a esa edad.”
    4. “Es demasiado mayor para ir en carrito,” o “¿Por qué no lleva zapatos?”
  6. Cuando el Sistema Falla a Nuestros Hijos
  7. Cada Niño Es Diferente—Y Sus Fortalezas También Lo Son

Criar Fuera de lo Establecido

Como madre, muchas veces he sentido que todo el peso del mundo caía sobre mis hombros.

Cada decisión, cada error, podría tener un impacto directo en la persona en la que se convertirá mi hija. Tenía miedo de que sus dificultades fuesen reflejo de mis propias carencias. Y como perfeccionista, sentía que nunca era suficiente.

Sabía que, en el fondo, era una madre excelente. Lo sabía de todo corazón. Pero con rabietas constantes y tanta rabia dirigida hacia mí, hubo momentos en los que no pude más y exploté. Me invadía la frustración. Y aunque la gente me decía que era una santa por aguantar tanto, por mantener la calma cuando otros no podrían, yo solo podía pensar en ese 5% de veces que no lo conseguía. No en el 95% en que fui paciente, empática y presente. Solo en los momentos en que fui simplemente humana.

Compaginaba sus necesidades emocionales con el trabajo, la presión económica, la casa… y aun así sentía que estaba fallando en lo más importante: acompañarla como realmente necesitaba. Y cuando me desbordaba —por sus crisis, su agresividad, la sobrecarga sensorial— y respondía desde el enfado en lugar de la empatía, me machacaba.

“Yo soy la adulta.”
“Debería saber controlarme.”

Me decían que necesitaba imponer más disciplina. Pero en el fondo, yo sabía que lo que ella necesitaba era comprensión. Me juzgaban —incluso los sistemas que se suponía que debían apoyarnos. Veían su desregulación emocional como un fracaso mío, en lugar de entender que su cerebro simplemente funciona de forma distinta y necesita otro tipo de acompañamiento.

Durante mucho tiempo dudé de mí misma. Pero todo cambió el día que dejé de escuchar a los demás y empecé a escuchar a mi hija.

No necesitaba gritos ni castigos. Necesitaba que la mirara con ternura cuando perdía el control. Que me mantuviera serena cuando se sentía desbordada. Me costó, pero poco a poco me convertí en ese ancla estable que ella necesitaba.

Aprendí a criar de otra manera: desde el respeto, la empatía, siguiendo su ritmo —con límites claros, sí, pero basados en la conexión, no en el miedo. Y aunque me juzgaran, esta fue la manera que realmente funcionó para nosotras. Y la que hoy defiendo.

Por supuesto, hay momentos en los que aún me asaltan las dudas:

“¿Y si esto nunca mejora?”
“¿Y si todo es culpa mía?”

La Dra. Naomi Fisher habla de esto maravillosamente bien en un artículo que recomiendo. Estas son algunas ideas que me siguen sosteniendo cuando me siento desbordada:

✨Los niños cambian muchísimo con el tiempo. Sus cerebros maduran, y su capacidad de gestionar el mundo también.
✨No podemos controlar en quién se convertirán el día de mañana, pero sí podemos ofrecerles amor y comprensión ahora.
✨ Podemos enseñarles que son amados incondicionalmente, tal y como son.
✨Algún día, cuando sean adultos, ya no podremos volver atrás para ser más pacientes, más dulces, más comprensivos con los niños que un día fueron. Solo tenemos el presente. Así que démonos a nosotros y nuestros hijos compasión hoy.


La Crianza Pasa Factura

Empecemos con una verdad necesaria: los niños neurodivergentes no son, por naturaleza, más difíciles de criar que los niños neurotípicos. Lo digo como alguien que, de hecho, fue una niña “fácil” de criar.

Pero cuando un niño tiene dificultades con aspectos como el procesamiento sensorial, la ansiedad social, la desregulación emocional o la hiperactividad, es innegable que puede pasar una gran factura a la salud mental de sus cuidadores —especialmente cuando el apoyo es escaso y la comprensión, limitada.

Y más a menudo de lo que debería, esa carga recae de forma desproporcionada sobre las madres.

En muchas familias (estén o no separadas), los niños tienden a enmascarar: aguantan el tipo en el colegio o con uno de los progenitores, y solo se permiten descomprimirse con la persona con la que se sienten más seguros. Para muchos niños, esa persona es su madre.
Lo que significa que la madre lo ve todo: los colapsos, los desafíos, la agresividad, la saturación.

Mientras tanto, desde fuera, la gente ve a un niño que parece estar “bien” —y a una madre que, según ellos, debe estar haciendo algo mal.

Es agotador. Y muy solitario.

Mientras a los padres se les elogia por hacer una mínima parte de la crianza, a las madres se les exige llevar el resto —con paciencia, con gracia, y sin reconocimiento alguno.
Y cuando los desafíos de un niño neurodivergente solo se manifiestan con su madre, muchas personas (incluso familiares o profesionales) son rápidas en señalarla a ella como el problema.
No al sistema.
No a las expectativas inalcanzables.
No a la sobrecarga.

Ahí es cuando la carga emocional se vuelve insoportable.

Y ahora añadamos algo aún más complejo:

Muchas de esas madres también son neurodivergentes —y muchas de ellas, sin diagnosticar.

Están acompañando las tormentas emocionales de sus hijos mientras atraviesan las suyas propias.
Luchan con su propia desregulación emocional, sensibilidades sensoriales, disfunción ejecutiva o una necesidad profunda de tiempo a solas para recargar —algo que es casi imposible cuando se cría a un niño con este tipo de necesidades.

Y no siempre entienden por qué se les hace tan cuesta arriba. Solo saben que se están quemando intentando responder a las necesidades de sus hijos mientras ignoran constantemente las suyas.

Esta combinación lleva, en muchos casos, a consecuencias reales:
Depresión, trastornos de ansiedad, trastornos de la alimentación, ataques de pánico, fatiga crónica e incluso síntomas físicos derivados de vivir con el sistema nervioso sobrecargado durante años.

Vivir en modo supervivencia cada día, durante años, no es sostenible. Y, sin embargo, muchas estamos haciéndolo.

Hablo desde mi propia experiencia. Yo soy madre soltera, sin familia cerca, sin red de apoyo. Trabajo mientras crío sola a mi hija. Llevo toda la carga económica, emocional y doméstica.

Y aunque no cambiaría a mi hija por nada del mundo, hay días en los que la crianza se siente como pura supervivencia.

Las mañanas pueden ser traumáticas. Las dificultades sensoriales con la ropa o los zapatos hacen que lleguemos tarde a menudo —o que tenga que llevarla a hombros, descalza, solo para conseguir salir de casa.
A veces no llegamos a las actividades extraescolares, no por pereza, sino porque no ha sido capaz de vestirse o de subirse al asiento del coche —y yo no he podido empujarla más sin rebasar sus límites y los míos propios.

Incluso cuando todo sale bien, puede costarme absolutamente todo.
Doy el 200%, y hay días en los que ni siquiera eso es suficiente.
Otros días sí lo es —pero me deja tan agotada que no puedo volver a hacerlo a la próxima.
Porque ese 200% se necesita varias veces al día —y eso no es sostenible.

Es constante. Y es invisible.

Trabajo desde casa, lo cual ayuda a reducir parte del estrés externo —pero también significa que las únicas veces que salgo son para llevarla y recogerla del colegio. Y eso, a la larga, añade al aislamiento.
Y aunque consiga sobrevivir a la mañana y llegar al trabajo, a veces me encuentro llorando en el trayecto de vuelta—no porque haya pasado nada en particular, sino simplemente para soltar la presión acumulada.

Cuando llega el fin de semana, intento salir, ver a alguna amiga, respirar otro aire. Pero hay días en los que ni siquiera consigo preparar a mi hija para salir. Otras veces, mis amigas ya tienen sus propios planes familiares o cumpleaños. Y entonces me doy cuenta de lo fácil que es quedarte sin tribu cuando tu vida no va al mismo ritmo que la del resto.

Sobrevivo a base de llamadas por WhatsApp con mi familia, y de mensajes de voz con otras madres que he ido conociendo con los años —y estoy agradecida por eso.
Pero a veces, no es suficiente. Mi necesidad de conexión profunda con otros adultos queda muchas veces insatisfecha.

Esto es lo que hay detrás del telón. Y nadie lo ve todo —ni el agotamiento, ni el esfuerzo mental, ni la fuerza que se necesita para seguir adelante.

Si tú también estás en modo supervivencia, sobreviviendo un día tras otro, sintiéndote al borde y desbordada, por favor recuerda esto:

No estás sola.

Habrá días mejores que otros.
Y dentro de un mismo día, habrá momentos mejores que otros.
Esto no va a durar para siempre. Pero mientras tanto, la compasión contigo misma es esencial.

Habrá días en los que solo podrás con lo justo para seguir adelante.
Y habrá días en los que brillarás.

Y ambos son suficientes.

Cuando sientas que no puedes más, recuérdate esto:
Sigues ahí.
Te adaptas.
Luchas por ellos.

Y eso vale más de lo que cualquiera que no esté en tu piel podría jamás comprender.

Ponte Tu Propia Máscara de Oxígeno Primero — Para Poder Ayudarles a Respirar También

Como madre, soy yo la que siempre se ha encargado de todo: de la logística, de pelear por ella, del apoyo emocional. Siempre he sido yo quien pide cita para el médico, el dentista, la que se pasó dos años peleando con sistemas llenos de obstáculos solo para que la atendiera el equipo de neurodivergencia. Yo soy su voz en todas partes: en la guardería, en el colegio, en el sistema de salud… en cualquier lugar donde sus necesidades corran el riesgo de pasar desapercibidas.

Por las noches, hablamos largo y tendido en la cama sobre cómo se siente. Me dice que sabe que es diferente a los demás niños, y yo le recuerdo que ser diferente está bien. Que nuestras mentes funcionen distinto no las hace menos brillantes. Le explico que puede parecer más fácil seguir al rebaño, pero quienes destacan son quienes pueden hacer cosas extraordinarias — gente diferente, como nosotras,

Cuando me habla de sus dificultades —con el procesamiento sensorial, con la desregulación emocional— no las minimizo. Valido cada palabra. Cuando dice que le gustaría portarse mejor, le recuerdo que no se trata de ser “buena” o “mala”. Sus luchas son reales. Sus esfuerzos, enormes. Solo vestirse ya puede ser una montaña que escalar cuando tu cuerpo lo siente todo con más intensidad. Así que cuando lo consigue, tiene mucho más valor que para alguien que se pone la ropa sin pensarlo. Y me aseguro de que sepa lo increíble que es por ello.

Hablamos mucho sobre cómo gestionar la frustración —cómo saber alejarse de la situación, cómo pedir un abrazo, cómo expresar sin herir. Y ella está empezando a encontrar sus propios mecanismos. Convertimos el momento de vestirse en juegos de rol imaginativos —requiere tiempo y paciencia, y a veces llegamos tarde, pero meterle prisa solo empeora las cosas.

Así que elijo qué es lo más importante.
A veces llegamos tarde.
Pero su salud mental siempre importa más que ser puntuales.

Ella me ha enseñado a abrazar el caos. A soltar lo que no nos sirve.
Y a elegir siempre la conexión antes que el control.

Pero esta forma de criar puede ser muy intensa. Y cuando mi hija se pierde en su frustración, y yo ya voy cargada con el peso del trabajo, las finanzas, la casa, el desgaste emocional… a veces yo también me rompo. Grito. Me desbordo. Y la culpa llega al instante. Así que me tomo un momento para calmarme, y luego vuelvo a ella.

Siempre le pido perdón —es importante reconocer nuestros errores como madres y padres. Porque nuestros hijos no solo aprenden de lo que hacemos bien. También aprenden de cómo afrontamos nuestros fallos. De ver que no somos perfectas, que nos equivocamos y que podemos hacernos responsables. Y ella también lo hace. Ni siquiera necesita que se lo sugiera.

Hablamos de lo que ha pasado —de lo que no estuvo bien, y de cómo podríamos haberlo hecho de forma distinta.

Pero cuando me dice: “No pasa nada, mamá”, yo siempre le contesto:
“Sí que pasa.”

Porque no debe acostumbrarse a que nadie le grite ni le haga sentir pequeña —ni siquiera yo. Ni siquiera alguien que la quiere. Mucho menos alguien que la quiere.

Eso es algo que quiero que lleve siempre con ella —que entienda su valor, que sepa que el amor y el respeto deben ir siempre de la mano. Especialmente siendo niña, en un mundo donde muchas hemos vivido control coercitivo o daño emocional por parte de personas a las que queríamos. Yo lo he vivido. Y quiero que ella espere más de los que le rodean. Siempre.

La mayoría de la gente ni siquiera sospecha que es neurodivergente. Fuera de nuestro círculo cercano, es una experta en enmascarar —igual que lo fui yo. Es sociable, hace amigos con facilidad, todos la adoran. Es amable, empática, la primera en compartir, en ayudar. Es la alumna “perfecta”. Pero no se calla ante las injusticias. Si algo no le cuadra —una actitud, una situación— lo dice con claridad y seguridad. Y me encanta ese fuego que lleva dentro. Ojalá nunca lo pierda.

Recuerdo cuando la vio por primera vez una psicóloga. Yo estaba llena de inseguridades, preguntándome si lo estaba haciendo bien. Mi instinto me decía que sí, pero criar sin manual es complicado, sobre todo cuando los retos de tu hija son tan únicos como su luz.

Y la psicóloga me dijo algo que nunca olvidaré:
“Estos niños muchas veces sienten que valen menos. Pero tu hija no. Ella sabe que es capaz. Que es valiosa. Y eso es gracias a ti.”

Fue entonces cuando lo entendí:
Sí. Yo la he ayudado a llegar hasta ahí.
Yo la he ayudado a sentirse suficiente.

Y ha avanzado muchísimo en su regulación emocional. Hoy en día, reconoce cómo se siente antes de estallar. Viene a pedirme un abrazo —eso también se lo enseñé yo, poco a poco, durante años. La he acompañado para que construya una relación sana con todas sus emociones —incluso las más difíciles: la rabia, la tristeza, el miedo. Todas son válidas. Todas tienen su lugar. Y eso también es gracias a mí.

Hemos leído libros y visto pelis de temas difíciles para luego poder reflexionar juntas — sobre la muerte, la separación, la diversidad familiar, cómo gestionar emociones grandes. Todo esto mientras atravesaba estrés postraumático complejo, criando sola y sin una red sólida de apoyo en un momento de mi vida de gran complejidad a nivel personal y laboral. Y ahí es donde me di cuenta de algo esencial:

Necesitaba cuidar de mí misma.
Tenía que ponerme la máscara de oxígeno primero para poder ponérsela a ella también.
Y eso incluía elegir mis batallas.

Tuve que entender mi propia neurodivergencia, cómo funcionaba mi mente, qué necesito para estar bien. Tuve que dejar de dar cada gramo de mi energía y cada minuto de mi tiempo —porque no era sostenible. Tuve que encontrar espacio para mí: para leer, para reflexionar, para crear, para conectar con personas fuera de la burbuja de la maternidad.

Si ella ve la tele mientras yo recargo mis baterías, no pasa nada.
Si cenamos pasta o pedimos comida para llevar, tampoco pasa nada.

Porque así puedo concentrarme en otras cosas que importan más, como encargarme de construir su vida social, conectar con otras madres y padres para que nos incluyan en planes, fiestas, salidas al parques. Todo eso lo hago además de mi trabajo, de la crianza, de pelear por ella aquí y ellá—y lo hago sola.

Ahora soy yo quien incluye a otras familias, quien crea esos recuerdos para mi hija.
Y cuando se le olvida valorarlo —como a veces pasa con los niños— apreto el botón de pausa y la invito a reflexionar. Le doy un par de ejemplos… y enseguida añade más a la lista. Hemos empezado a decirnos algo muy sencillo e importante:

“Te valoro.”

Porque al final del día, ella se sabe es querida, entendida, acompañada.
Y yo me siento orgullosa —no solo de quién es ella, sino de lo que he conseguido como madre.
Incluso cuando ha sido difícil.
Especialmente cuando ha sido difícil.

Y si tú también sientes que lo das todo y aun así las dudas te comen —como me pasa a mí, aún hoy a veces— desglósalo como he hecho aquí. Verás que no solo has estado presente —sino que has brillado.

Tener un hijo es un regalo inmenso, pero no todo el mundo tiene el privilegio de criar a un ser tan extraordinariamente único. Así que cuando veo a otras familias con caminos aparentemente más fáciles, me recuerdo esto; mi hija me está enseñando algo profundo: perspectiva, resiliencia y el privilegio de acompañar a alguien excepcional que deslumbrará el día de mañana.

Ella me recuerda que cada niño —neurodivergente o no— es un ser humano valioso, con un potencial infinito para brillar de forma única.


¿Qué Se Supone Que Estamos Buscando?

Ahora que entiendo cómo puede manifestarse la neurodivergencia, la veo por todas partes. En niños en el parque, en el colegio, en conversaciones con otras madres y padres. Veo las señales —las dificultades, la intensidad, el desbordamiento— y me reconozco en ellas. Recuerdo haber estado ahí, probando de todo, preguntándome qué estaba haciendo mal.

La verdad es que, a menos que la neurodivergencia toque tu vida de forma directa, nadie te enseña a verla. Muchos padres y madres pasan años sin darse cuenta de que su hijo o hija podría ser neurodivergente —especialmente si son niñas, a quienes tan a menudo no se detecta o se malinterpreta. Y todavía hay muchas familias que no saben muy bien qué es lo que deberían estar observando.

En los últimos años, he tenido un sinfín de conversaciones importantes con madres y padres que me han hecho justamente esa pregunta:

“¿Pero qué es exactamente lo que estamos buscando?”

No siempre es evidente. Los diagnósticos suelen retrasarse, y muchos sistemas siguen basándose en estereotipos anticuados. Pero si has empezado a preguntarte si tu hijo o hija podría ser neurodivergente, aquí tienes algunas señales tempranas que a mí me ayudaron a ver con más claridad:

Desregulación Emocional

Rabietas monumentales más allá de los 3 años pueden ser algo más que simples berrinches. Podrían indicar dificultades de procesamiento sensorial o una desregulación emocional.

Presta atención a las circunstancias:

  • ¿Se sienten sobrepasados en entornos ruidosos o con mucha gente?
  • ¿Están hambrientos o demasiado cansados?
  • ¿Reaccionan de forma intensa a ciertas prendas, texturas o a la presión de cosas como los zapatos, las chaquetas, gorros, o el cinturón de seguridad?

Del mismo modo, la agresividad o la actitud desafiante no siempre son señales de desobediencia — a veces es miedo, estrés o una incapacidad de autorregularse.

Y para sentir que tienen cierto control, muchos niños (y también adultos) desarrollan una fuerte necesidad de rutinas o rituales — con grandes respuestas emocionales cuando esas rutinas se ven alteradas.

Estilos de Comunicación Unicos

La comunicación puede ser muy diferente en niños neurodivergentes. Puede que notes:

  • Que siguen siendo no verbales más allá de cierta edad
  • Que se vuelven no verbales o selectivamente mudos cuando se sienten sobrepasados
  • Que utilizan un lenguaje inusualmente avanzado, pensamiento abstracto o lógica compleja para su edad

Incluso podrías encontrarte pensando: “¿Estoy teniendo una conversación con un pequeño filósofo?

Hiperactividad

En algunos niños, la hiperactividad es fácil de detectar — es como si tuvieran hormigas en los pantalones y no pudieran quedarse quietos ni un segundo.

En otros, se manifiesta de otras formas. Les cuesta relajarse, y cuanto más cansados están, más activos se vuelven — como si su cuerpo se quedara atascado en modo avance rápido justo cuando más necesitan parar.

Pero la hiperactividad no siempre es física. A veces vive completamente dentro de la mente — pensamientos acelerados, preocupaciones constantes, ansiedad o una necesidad de perfección que nunca da tregua.


Lo Que No Ayuda (Aunque Sea Con Buena Intención)

Como madre de una niña neurodivergente con necesidades emocionales y sensoriales únicas, he vivido en carne propia las presiones silenciosas:

  • Las miradas en público
  • Los consejos no solicitados
  • La cultura de la comparación, que juzga los retos de tu hija —y tu manera de criar— sin conocer toda la historia

La gente suele sacar conclusiones precipitadas sobre el “mal comportamiento” de los demás sin pararse a pensar que, quizás, tu hija simplemente está reaccionando a un mundo que no fue creado teniendo en cuenta su manera de sentir y procesar.

Y lo cierto es que algunos de los momentos más difíciles como madre no han venido de mi hija, sino de cómo los demás responden a mi forma de criar.

Aquí tienes algunos comentarios bienintencionados… pero profundamente dañinos que he recibido:

“No la abraces durante una rabieta—solo quiere llamar la atención.”

En realidad, mi hija no me está manipulando. Se siente desbordada por el miedo, el estrés o la ansiedad y acude a mí porque le doy seguridad.
Ese abrazo no es un “premio” por un mal comportamiento; es una herramienta para regular sus emociones.

“Has probado a…?”

Sí.
Lo he probado todo. Y a menos que tu hijo tenga exactamente las mismas necesidades que la mía, tu sugerencia puede sentirse más como una acusación silenciosa que como una ayuda.
Como si no estuviera haciendo lo suficiente. Como si fuera una mala madre por no habérseme ocurrido a mí antes.

“El mío ya se vestía solo a esa edad.”

Por favor, entiende que cuando una madre está luchando por pasar una mañana sin lágrimas ni crisis, oír lo bien que le va a tu hijo puede sentirse más como una comparación que como una conversación.
No todos los niños parten del mismo punto, y las comparaciones solo aumentan la presión.

“Es demasiado mayor para ir en carrito,” o “¿Por qué no lleva zapatos?”

Cuando ves a un niño en un carrito más allá de la etapa de bebé, o descalzo, o con ropa que parece poco adecuada para el clima… intenta no juzgar.
Puede que ese niño tenga sensibilidades sensoriales que tú no ves.
Decirle que “ya eres mayor para eso” puede dañar su autoestima y enseñarle que tiene que ocultar quién es para ser aceptado.

Por favor, recuerda:
Estás viendo un solo instante de la vida de un niño, no su vida completa.


Cuando el Sistema Falla a Nuestros Hijos

Muchos de los servicios creados para apoyar a niños neurodivergentes siguen funcionando con criterios obsoletos y un enfoque único que no se adapta a cada caso.

En algunas regiones, solo se deriva a los niños para recibir apoyo si muestran señales en más de un entorno — ignorando por completo que muchas niñas enmascaran en el colegio y se derrumban en casa.

Algunos profesionales de la salud siguen diciendo: “Si realmente fueran neurodivergentes, no podrían esconderlo”.
Una afirmación que demuestra una falta total de comprensión sobre el masking (el enmascaramiento).

En partes del Reino Unido, se exige que los padres asistan a cursos en horario laboral para poder acceder al apoyo — y si no pueden hacerlo, el niño se queda sin ayuda.

A mí misma me han dicho los profesionales: “Los niños no necesitan herramientas, necesitan disciplina”.
Pero mi hija no necesitaba castigos. Lo que necesitaba era que alguien comprendiera lo que estaba intentando comunicar a través de su comportamiento.

Los gobiernos deberían invertir más en investigación y formación sobre neurodivergencia — no recortar fondos, como está ocurriendo en Escocia.
El acceso al diagnóstico debería ser más sencillo, y las evaluaciones deberían contemplar la situación en su conjunto, no solo rasgos aislados.

Y ya es hora de que reconozcamos las Altas Capacidades también en el Reino Unido, como ya hacen en España o en Estados Unidos, para evitar diagnósticos erróneos y apoyos inadecuados.


Cada Niño Es Diferente—Y Sus Fortalezas También Lo Son

A los padres y madres de niños neurodivergentes se les exige constantemente que “moldeen” a sus hijos para que encajen en un patrón neurotípico. Pero la inclusión debe funcionar en ambos sentidos.

Un mensaje para las familias de niños neurotípicos:
Por favor, enseñad a vuestros hijos empatía y comprensión. Habladles sobre las distintas formas de pensar, sentir y existir en el mundo. Ayudadles a entender que cada uno se desarrolla a su ritmo, y que las diferencias no son algo que deba burlarse, sino celebrarse.

La responsabilidad de crear entornos inclusivos no debería recaer solo en quienes son diferentes. Todos compartimos la tarea de construir un mundo más compasivo para cada niño.

A las familias de niños neurodivergentes:
Puede que tu hijo o hija tenga dificultades con cosas que para otros son fáciles.
Pero probablemente también brilla en aspectos que aún no se ven a simple vista: sensibilidad emocional, reconocimiento de patrones, creatividad, intuición, profundidad.

Tu hijo o hija no es “menos” por no encajar en lo establecido.

Y tú tampoco lo eres.

Sigamos construyendo un mundo donde cada niño sienta que pertenece, y cada familia se sienta apoyada — no juzgada — por hacer lo mejor para sus hijos.

No estás sola. No estás solo.
Y ya estás haciendo más que suficiente.


💬 ¿Has vivido alguna de estas situaciones? Me encantaría leer tu historia en los comentarios. Vamos a apoyarnos mutuamente — porque criar de forma diferente no debería significar criar en soledad. 💬

No te pierdas el episodio de esta semana de Voces Intersectadas con Bobby Rubio, un increíble director de cine y artista de storyboard, que comparte su experiencia profundamente personal criando a un hijo neurodivergente. Habla abiertamente del impacto emocional que tuvo en él y de cómo encontró formas de apoyar a su hijo de la manera más significativa posible. Es una conversación poderosa que no te querrás perder.

También te puede interesar otro episodio que hemos grabado con Jose Moraes, en el que hablamos de nuestras propias experiencias como padres y madres neurodivergentes criando a hijos e hijas neurodivergentes. Reflexionamos sobre los desafíos de recibir un diagnóstico, ya sea en la infancia o en la edad adulta, y cómo eso influye en la forma en que acompañamos a nuestros hijos en su propia neurodivergencia.

Escucha ambos episodios y sigamos juntas y juntos esta conversación tan importante. Tu voz importa.


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