- Un Espíritu Desconocido
- Un Puente Entre Mundos
- Cuando mi Vida se Desmoronó, Los Espíritus Regresaron
- Un Nuevo Capítulo, Otra Visita
- La Visita Más Significativa
- Un Reencuentro con mi Yo Superior
- Un Idioma Distinto — La Comunicación con El Mundo Espiritual
- La Carga del Trayecto
- Ya No Hay Lugar a Dudas
La primera vez que vi un espíritu tenía 9 años.
Supe exactamente quién era y qué quería.
No dudé ni un segundo — lo sentí de una manera muy natural.
Era mi abuela. Había venido a despedirse.
Solo que, en ese momento, yo no sabía que había fallecido.
Mis abuelos vivían con nosotros por aquel entonces. Mi abuela llevaba un tiempo enferma de cáncer.
Esa noche había dormido en la cama de mis padres. Me desperté sola, con la luz del día — pero estaba sola del todo.
Junto a la cama, sentí una presencia. No era visible en el sentido tradicional — pero estaba ahí, sin lugar a dudas.
La “vi”, pero no con los ojos. La vi a través de mi propio espíritu.
Era como un campo de energía que distorsionaba el aire — parecido a ese efecto que provoca el calor cuando se eleva del asfalto y deforma el espacio a su alrededor.
La vi con lo que ahora reconozco como mi tercer ojo.
Y me habló, no con palabras, sino con una certeza interior.
Ocurrió en ese lugar intermedio — entre el sueño y la vigilia — donde el velo es más fino.
Me levanté, caminé hacia mi madre y le pregunté:
—¿La abuelita ha muerto?
Ella me miró, perpleja.
—Sí —me dijo—. Murió por la noche.
Pero yo no me asusté. No sentí miedo.
Me hizo sentir… bien. Natural. Tranquila.
Un Espíritu Desconocido
La siguiente vez que vi un espíritu fue muy distinta — y aterradora.
Estaba en la universidad y ocurrió en mitad de la noche.
Me desperté con esa sensación profunda e inconfundible: alguien me estaba observando.
Entre el sueño y la vigilia, la vi.
Una mujer — flotando a solo unos centímetros sobre mí.
Cabello largo y oscuro cayéndole a ambos lados de la cara como cortinas.
Llevaba un top ajustado y una falda larga que se ceñía a su cintura antes de caer suelta por las caderas.
Me incorporé de golpe, con el corazón desbocado.
No la reconocí. A día de hoy, sigo sin saber quién era.
Quizás una guía, viniendo a ver cómo estaba.
Quizás un espíritu curioso, atraído por mi sensibilidad — mucho antes de que yo misma supiera que la tenía.
En ese momento lo descarté como una pesadilla.
Pero, en el fondo, siempre lo supe: fue real.
Un Puente Entre Mundos
Años más tarde, después de que mi vida pareciera venirse abajo — por agotamiento, rupturas, juicios, las crisis emocionales de mi hija y otro rechazo más a mi novela — el mundo espiritual regresó.
En ese momento no lo sabía, pero acababa de comenzar un despertar espiritual.
Las señales empezaron a aparecer. La tecnología se encendía de formas extrañas.
Sincronicidades que ya no podía ignorar.
En esa etapa de mi vida, no creía en la vida después de la muerte. Llevaba toda mi vida sin hacerlo. Y me sentía en paz con ello.
Pero la realidad estaba cambiando. Y no me quedó más remedio que mantener la mente abierta.
Entonces, mi madre me envió un vídeo que explicaba la vida después de la muerte desde la física cuántica — un tema que siempre me ha fascinado.
Y, de pronto, todo tuvo sentido.
La ciencia se convirtió en el puente entre la lógica y el alma.
Entre lo que no podía explicar y lo que ya no podía negar.
Cuando mi Vida se Desmoronó, Los Espíritus Regresaron
Una noche, desde lo más profundo de mi agotamiento y desesperación, pedí ayuda a mis guías.
La gente decía que existían, así que pensé: ¿qué tengo que perder?
Esa noche, me desperté con esa misma sensación otra vez — la sensación de estar siendo observada.
En ese espacio liminal — entre el sueño y la vigilia — los vi.
Dos campos de energía, igual que cuando vi a mi abuela.
Estaban cerca de mí, uno detrás del otro.
No los reconocí, pero supe que no venían a hacer daño.
Estaban intentando ayudar. Conectar.
Pero yo no estaba preparada.
Mi alma había estado desconectada de mi cuerpo durante tanto tiempo, que mi sistema entró en pánico. Me sentí abrumada. Incluso aterrada.
Y después de eso, no volvieron… hasta mucho después.
Un Nuevo Capítulo, Otra Visita
Algo cambió mientras reconstruía mi vida poco a poco — un nuevo hogar, capítulos antiguos cerrándose, otros nuevos abriéndose.
Una noche, cuando acababa de quedarme dormida, volvió a suceder. Recuerdo claramente mi sueño, y de repente, se disolvió. Como si estuviera haciendo sitio para otra cosa.
Vi mi habitación — no con mis ojos físicos, sino como si estuvieran abiertos.
Podía ver cada detalle. Era muy real. Hiperreal.
Y entonces apareció.
Un campo de energía — una esfera — que se expandía rápidamente frente a mí.
Sabía que era un espíritu.
Pero mi sistema nervioso, aún en proceso de sanación, reaccionó — sacándome bruscamente del momento.
Y no mucho después, mi madre me contó que había empezado a sentir como si alguien se sentara en su cama, que veía sombras pasar en la noche.
Así que, un día, les pedí a mis abuelos que me confirmaran si eran ellos.
Y lo hicieron.
Esa noche, tuve lo que parecía ser un sueño — pero en mi corazón supe que fue algo más.
Estaba sentada en un banco con mi madre y mi hija.
De una multitud lejana, emergió mi abuelo y comenzó a caminar hacia nosotras.
Sonreía — cálido y en silencio — y saludó suavemente primero a mi hija, y luego se paró frente a mi madre y a mí.
No habló. No hizo falta.
Su presencia irradiaba calma, consuelo y amor — ese tipo de amor que te envuelve sin palabras, por completo.
Se sentó entre nosotras un momento… y luego desapareció suavemente.
Fue breve. Pero fue real.
No fue solo un sueño.
Fue una visita. Un reencuentro.
Un instante en el que el mundo espiritual se hizo visible.
Y el recuerdo permaneció conmigo mucho después de despertar — un recordatorio silencioso de que el amor no desaparece.
Simplemente cambia de forma.
Y cuando estamos preparados… encuentra el camino de regreso hacia nosotros.
La Visita Más Significativa
Hace poco, nuestro perro familiar murió.
Era muy mayor — estaba ciego, sordo, y apenas podía caminar. Era una sombra de lo que había sido aquel espíritu libre y salvaje.
Lo habíamos rescatado años atrás, y nunca llegó a estar completamente domesticado. Odiaba estar cercado. Le encantaba perseguir conejos y ciclistas. No era el perro más amigable — excepto con los suyos.
Él y mi hermano habían estado muy unidos. Yo había estado más unida a nuestra otra perra, que murió años antes (y que no vino a despedirse — pero en aquel yo aún no había despertado. Seguía atrapada en una relación tóxica).
No obstante, esta vez me pregunté: ¿Vendrá?
No lo esperaba. Pero sí que vino.
Una noche, justo después de quedarme dormida, lo sentí.
No con mi cuerpo — sino con mi espíritu.
Pude percibir su energía — vibrante, joven, él mismo.
Saltó a mi cama, como hacía cuando era joven.
Lo supe al instante.
“¡Es Tom!” escuché gritar a mi alma. “¡Es Tom! ¡Es Tom!”
Los dos estabamos emocionadísimos.
La visita fue corta.
Pero al menos vino a decir adiós.
Un Reencuentro con mi Yo Superior
Quizás la conexión más profunda que he llegado a tener con el mundo espiritual fue con mi yo superior, durante una tranquila mañana de quietud y entrega.
Era mi cumpleaños.
Había organizado una escapada familiar a un precioso alojamiento de glamping en España, en lo alto de una montaña con vistas al mar.
A las 7 de la mañana, dejé a mi hija dormida con mis padres y bajé a la terraza exterior para una sesión de yoga.
Aún estaba oscuro, y al otro lado del valle las luces de un pueblo lejano titilaban contra la silueta de las montañas.
Al principio, refunfuñé por haberme levantado tan temprano el día de mi cumpleaños.
Pero entonces, mientras empezábamos la sesión, algo cambió.
El silencio de la mañana, el frescor del aire sobre mi piel, la piscina a mi espalda, el mar infinito al frente — todo se fusionó en algo casi sagrado.
Y luego, el sol empezó a salir, derramando una luz suave sobre el horizonte, iluminando la inmensidad del cielo y del mar.
En ese momento, sentí que la niebla en mi vida se disipaba.
Me elevé por encima del dolor, la confusión, la lucha.
Pude ver mi vida —y la vida misma— desde otro plano.
Y entonces lo comprendí: las dificultades no tenían como propósito romperme. Eran parte de la riqueza de estar viva.
Eran lo que daba sentido, crecimiento y profundidad a mi experiencia.
Sonreí y le di las gracias al universo por el simple regalo de estar aquí.
Desde entonces, he desarrollado una conexión profunda con mi Yo Superior —una que se fortalece con el tiempo.
Se comunica a través de la intuición: una sensación física en el estómago, una certeza insistente que redirige mi mente hacia una sola respuesta.
Hace años quizás lo habría descartado como parte de mi imaginación. Pero con el tiempo, decidí darme el beneficio de la duda —un voto de confianza.
Y cada vez, mi intuición ha acertado, incluso cuando la lógica o las circunstancias indicaban un desarrollo de los acontecimientos completamente distinto.
El mundo espiritual siempre ha estado a mi lado, guiándome con suavidad, esperando con paciencia a que yo me sintonizara.
Hoy, camino mi sendero espiritual con más confianza, entrega y el corazón abierto, sabiendo que con cada paso me acerco más a quien siempre estuve destinada a ser — alguien que abraza tanto lo visible como lo invisible con la misma gracia.
Un Idioma Distinto — La Comunicación con El Mundo Espiritual
Solía pensar que la comunicación con el mundo espiritual sería evidente — voces fuertes, mensajes claros, imposibles de ignorar.
Pero con el tiempo, me he dado cuenta de que es mucho más sutil que eso — y no por ello menos real.
El mundo espiritual se manifiesta a través del mundo físico, no con trompetas ni megáfonos, sino con sincronicidades, símbolos, números repetidos… y a veces, mediante la tecnología.
Y esa fue la primera vez que pensé: quizás alguien está intentando comunicarse conmigo.
Todo comenzó con un juguete — en un momento clave del proceso judicial.
La mayor parte de mi familia estaba de visita por el cumpleaños de mi hija, y noté que uno de sus juguetes se encendía solo cada vez que pasábamos cerca. Al principio pensé que debía de haber un cortocircuito.
Pero un día fui a apagarlo… y descubrí que ya estaba apagado.
Curiosamente, no sentí miedo. Me sentí segura. Protegida.
El juguete se activaba en momentos muy concretos, llenos de significado. Incluso empecé a hablarle a veces, sintiendo instintivamente que era uno de mis abuelos — en especial la madre de mi madre — haciéndome saber que estaban ahí.
Siempre me han dado miedo los espíritus (o la idea de ellos), probablemente porque ese ámbito está lleno de misterios que no puedo explicar con mis cinco sentidos.
Pero esto no daba miedo.
Cuando se lo conté a una amiga, se alarmó y me preguntó por qué no le había quitado las pilas.
La verdad es que dejarlas puestas me daba consuelo — mantenía abierta la puerta a una explicación “racional”.
Si era solo un fallo técnico, podía seguir con los pies en la tierra.
Por suerte, el espíritu respetó mis límites: el juguete nunca se encendió de noche, lo cual me habría aterrado.
Y dejó de hacerlo por completo cuando esa etapa de mi vida terminó.
Después vino el marco de fotos.
Una noche, en otro momento crítico, se cayó de la pared del dormitorio en plena madrugada. Llevaba colgado perfectamente siete meses.
Ese marco tenía un valor simbólico muy fuerte — representaba el momento en que nació mi hija.
No me gustó nada esa señal. ¿Por qué tenían que elegir la madrugada para hacer esas cosas y no el día?
Una vez, mientras hablaba por teléfono con mi madre —compartiendo un mensaje que había recibido de su padre a través de una médium—, apareció un pulgar hacia arriba en la pantalla, sin que ninguna de las dos hubiese tocado nada.
Riéndome, dije:
—¡Quizás los espíritus están de acuerdo conmigo! Vamos a comprobarlo. Espíritus, si estáis de acuerdo con lo que acabo de decirle a mi madre, ¿podéis hacerlo otra vez?
Y lo hicieron.
Aunque mi parte racional seguía queriendo más pruebas, momentos como ese se sentían como comunicación directa.
(Aunque el escepticismo de mi madre a veces alimentaba mis propias dudas.)
Más adelante, durante una comida familiar, volvió a ocurrir — pero esta vez mi hermano también lo presenció.
Acababa de hacerle una videollamada a mi madre y, cuando ella le preguntó por el tiempo, apareció un gran pulgar hacia abajo en la pantalla.
Nos reímos y le preguntamos si hacía mal tiempo — y él confirmó que sí.
Incluso investigué si los iPhones podían mostrar reacciones automáticas — pero lo que vimos fue diferente.
Mi hermano, que no cree en estas cosas, estuvo de acuerdo. Y, de todos modos, nadie había hecho ningún gesto para activarlo, ni siquiera habíamos mostrado nuestras manos para que eso pudiera ocurrir.
Y al poco se plantó otra semilla:
Cuando empezábamos a sospechar que mi hija podía tener TDAH, mi móvil comenzó a mostrarme anuncios sobre “altas capacidades” — un concepto que jamás había escuchado antes.
Lo ignoré… hasta que más tarde los profesionales confirmaron que, efectivamente, mi hija tenía altas capacidades. Y yo también.
Aun así, siempre viví dividida — buscando certezas en un mundo incierto.
Y las señales empezaron a acumularse.
Como aquella vez que mi hija perdió su peluche favorito en la calle… y al volver a casa, lo encontramos esperándonos en la puerta.
O cuando la radio del coche se resintonizó justo en medio de una crisis emocional — como si intentara anclarme entre el caos.
Hubo muchos otros momentos también:
- Despertarme a la misma hora exacta durante varias noches seguidas.
- Un grifo que se abrió y cerró tres veces seguidas — y el número tres apareciendo una y otra vez en mi vida (más tarde descubrí que está fuertemente vinculado con mi propósito).
- Un excompañero de trabajo, con quien no hablaba desde hacía más de 12 años, que de repente se puso en contacto justo después de perder mi empleo y sentirme sola produciendo el pódcast… para descubrir que su esposa había sido voluntaria como productora de pódcast.
En algún momento, dejé de llamarlas coincidencias.
No eran aleatorias.
Estaban alineadas.
Y aunque mi mente racional no pudiera explicarlo, mi espíritu ya lo hacía.
La Carga del Trayecto
Mi camino espiritual no siempre ha estado lleno de magia.
Más bien, muchas veces ha sido agobiante.
Como si mi mente no pudiera seguir el ritmo de mi alma.
Como si aún no hubiera hecho el cambio — al menos no por completo.
Anhelaba pruebas. Pruebas tangibles, irrefutables. Una y otra vez.
No solo quería conectar con el mundo espiritual.
Necesitaba comunicarme.
Y no solo comunicarme — quería dominarlo. De inmediato. De forma limpia. Clara.
Pero mi mente seguía atrapada en la hipervigilancia — escaneando, controlando, protegiéndome.
Soltar el control me parecía peligroso.
Confiar en lo invisible, imposible.
Me sentía aislada — del mundo espiritual, y también del de los vivos.
Y hubo veces en que me equivoqué.
Veces en las que malinterpreté las señales, o confundí lo que sentía.
Y cuando eso pasaba, todo se desmoronaba.
Mis creencias, mis avances, mi confianza.
He estado enfadada con el mundo espiritual.
Furiosa, incluso.
Por no ser más claro.
Por hacerme dudar de mí misma.
Por empujarme, una y otra vez, hacia la incertidumbre.
Hubo momentos en los que no quería saber nada más del tema.
Porque todo ello resultaba abrumador.
Pero con el tiempo algo cambió.
Comprendí que este camino no se trataba de saber a ciencia cierta.
No se trataba de recibir mensajes a demanda, ni de dominar la comunicación, ni de perseguir certezas.
Se trataba de soltar lo que ya no me servía.
De aflojar el control — y aprender a escuchar a cambio.
Escuchar a mi cuerpo.
A mi alma.
A esa sabiduría interior que no habla con palabras, pero que habla de verdades igualmente.
Ahora lo veo con claridad:
Guías, señales, guardianes… sí, importan.
Pero no son el objetivo.
Esto — este momento, esta vida — es el verdadero propósito.
La sanación.
La integración.
El recordar quién soy, debajo de todo el ruido.
Eso es lo que realmente importa ahora.
Ya No Hay Lugar a Dudas
Durante años, he descartado todo este tema.
Lo etiqueté como sueños, trucos de la mente, simples coincidencias.
Pero ya no.
Ahora confío en mis instintos.
Confío en mi alma.
Confío en ese lenguaje que no usa palabras — el que se expresa a través de símbolos, energía y certezas internas.
Sé lo que he vivido.
Y sé que el mundo espiritual es real.
Siempre ha estado conmigo.
Observando. Guiándome. Esperando a que yo estuviera lista.
Y ahora que lo estoy…
Lo veo por todas partes.
✨ Gracias por leer mi historia. Si tú también has vivido experiencias con el mundo espiritual, procesos de sanación o has conectado con tu Yo Superior, me encantaría conocer tu historia. ✨
Y si este tema te interesa, quizá te guste también el episodio de la semana pasada de Voces Intersectadas.
Tuve una conversación preciosa con la médium psíquica Karen Docherty sobre la mediumnidad, la intuición y las múltiples formas en que el mundo espiritual se comunica con nosotros.




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