Cuando la Niebla se Levanta — La Verdad Sobre el Control Coercitivo


¿Por qué no “te vas” y ya está?

Una de las preguntas que más se repiten es:
“Si era tan horrible, ¿por qué no te fuiste?”
Y la respuesta no es tan simple como parece.

El control coercitivo no empieza con gritos ni golpes. Empieza de forma sutil — con pequeños gestos que parecen cariño, protección, incluso amor. Se confunde la posesividad con pasión, el control con cuidado. Las señales no son evidentes desde el principio, se van colando poco a poco. Todo va empeorando de forma muy gradual, casi sin darte cuenta. Para cuando empiezas a ver que algo no encaja, ya estás hasta el cuello: emocionalmente hundida, mentalmente agotada, y sobreviviendo como puedes, sin fuerzas para analizar nada.

Estás comprometida con la relación. Quieres que funcione. Y como llevas tanto tiempo escuchando que todo es culpa tuya, acabas creyéndotelo. Piensas que, si te esfuerzas más, si hablas mejor, si cambias algo de ti, él dejará de hacerte daño. Y si tú eres “el problema”, también puedes ser “la solución”. Esa idea te da esperanza — y te da una falsa sensación de control.

Él te dice que su comportamiento se debe al estrés, a una mala racha, a traumas del pasado. Y tú no quieres dejar tirada a la persona a la que quieres cuando lo está pasando mal. ¿Qué clase de pareja serías si lo abandonaras ahora? Así que le propones ir a terapia, le apoyas, confías en que cambiará. Y a veces, incluso finge que lo intenta. Pero el abuso no desaparece — solo cambia de forma.

Y lo más duro es que tú no lo llamas abuso. Aún no. Porque nadie te ha enseñado que el abuso puede tener esta cara. Que puede ser invisible para los demás. Que puede consistir en retirarte el cariño, controlarte a cada movimiento, castigarte con silencios, darle la vuelta a todo lo que dices, aislarte de tu gente — sin necesidad de levantar la mano ni una sola vez. Puede que solo pienses que tiene mal carácter. Que es “difícil”. Que así son las relaciones normales de vez en cuando.

Desde fuera, nadie lo ve. Él es encantador con los demás, educado, simpático. Cuando intentas contarlo, te dicen: “¿Él? ¡Pero si parece un cielo!” Y entonces dudas de ti misma. ¿Estaré exagerando? ¿Seré demasiado sensible? ¿Y si sí que es culpa mía?
Eso es lo que hace el gaslighting: te hace dudar de tu propia realidad.

Y luego está la esperanza. Esa parte de él que a veces sigue siendo dulce, detallista, atento. La versión de la que te enamoraste. Lo que no sabes es que esa parte “buena” también forma parte del maltrato. Es lo que usa para que no te vayas. No te hace daño sin querer: lo hace de forma consciente, calculada, para tenerte bajo control. Pero tú aún no puedes verlo. Porque no estás simplemente en una relación: estás en modo supervivencia.

Y si eres una persona empática, buena, que quiere ver lo mejor de los demás… cuesta aún más aceptar que alguien que dice quererte pueda hacerte daño a propósito.
Y ahí está la clave del control coercitivo: usa tu amor, tu paciencia y tu compasión en tu contra.

Y sin embargo, seguimos preguntando: ¿Por qué no le dejaste? — como si quedarse fuera el error, como si toda la responsabilidad de escapar recayera únicamente sobre nuestros hombros. Pero cada vez que hacemos esa pregunta, estamos señalando en la dirección equivocada. La verdadera pregunta —la que todos deberíamos hacernos— es: ¿Por qué hizo eso él? ¿Por qué eligió maltratar, controlar, manipular? Porque el problema no es que nosotras nos quedaramos. El problema es que ellos decidieron hacernos daño.

Salir es, a menudo, la parte más difícil

Salir de una relación marcada por el control coercitivo no es solo difícil: puede ser una de las cosas más peligrosas, emocionalmente devastadoras y complejas que una persona tenga que hacer en su vida. Muchas veces lleva años. Muchos intentos. No es porque no queramos irnos. Es porque las trampas están perfectamente diseñadas. Porque cuando por fin lo intentamos, nos vuelven a atrapar — no solo con manipulaciones, sino con falsas promesas, con miedo, con culpa… y con esperanza.

Lloran. Suplican. Se muestran desesperados, con lágrimas que parecen de amor y arrepentimiento. Pero no lo son. Son solo otra estrategia de manipulación, una actuación más para mantenernos atrapadas.
O nos amenazan. No siempre con daño físico —aunque eso también existe—, sino con una guerra psicológica brutal:
– “Voy a contar todos tus secretos.”
– “Te voy a quitar a los niños.”
– “Te vas a quedar sin nada.”
– “Nadie te va a creer.”
– “Te vas a quedar sola.”
– “La loca eres tú.”

Y, tristemente, muchas veces tienen razón. Porque los sistemas que deberían protegernos a veces fallan. Puede que él te acuse a ti de maltrato, y que le crean. Los juzgados de familia, los servicios sociales, incluso la policía — no siempre están preparados para identificar el control coercitivo.
Puede que tengas miedo de lo que les pase a tus hijos si te vas. Así que te quedas, pensando que es lo más seguro — para ellos, para ti, por ahora.

Por eso el apoyo es fundamental. Pero no cualquier apoyo sirve.

Lo que necesitamos las supervivientes no son juicios ni presiones. No necesitamos que nos echen la bronca, ni que nos digan que tenemos que salir “ya”.
Necesitamos un apoyo que entienda cómo funciona el maltrato. Un apoyo con perspectiva de trauma, paciente, empático. Gente que camine a nuestro lado sin hacernos sentir culpables por no haberlo visto antes. Que no nos dé la espalda cuando dudamos, cuando retrocedemos por miedo, por amor o por confusión. Un apoyo que valore la fortaleza que hace falta para simplemente sobrevivir cada día.

Y hay que dejarlo claro: dejar una relación de maltrato es el momento más peligroso de todos. Muchas mujeres y niños son agredidos —o asesinados— justo después de intentar marcharse, incluso cuando antes no hubiese habido violencia física. El maltrato no termina cuando te vas. A menudo, empeora. Cambia de forma: aparecen las amenazas legales, la ruina económica, el acoso, la manipulación de los hijos.
Puede que empieces a pensar que irte lo ha empeorado todo. Y durante un tiempo, puede que sea así.

Pero eso no significa que irse haya sido una mala decisión — significa que el sistema no está hecho para protegernos tal y como debería.

Dejarlos no es como darle a un interruptor. No es un camino recto. Es una maratón larga, dolorosa y agotadora. Hace falta valor, preparación, apoyo… y a veces, hasta suerte.
Pero al otro lado hay vida. Después del maltrato, hay luz. Con el tiempo, el cielo se despeja y vuelves a respirar una paz que ni siquiera sabías que necesitabas.

Volverás a ver el sol.
Y esta vez, brillará solo para ti.

¿Por qué me hace daño?

Una de las preguntas más dolorosas —y más importantes— que se hacen las personas supervivientes es:
¿Por qué?
¿Fue una elección?
Y la respuesta siempre es: sí, fue una elección.

No fue un error.
No fue un momento de pérdida de control.
No fue una reacción traumática que lo justificase.
Fue una elección — tomada una y otra vez.

¿Por qué alguien elegiría maltratar a otra persona?
Porque le resulta cómodo. Porque el control da poder.
Porque cuando consiguen adiestrarte —a base de castigos, miedo, vergüenza o silencio— para que satisfagas sus necesidades constantemente, se aseguran una pareja que existe únicamente para servirles: emocional, económica, sexual y domésticamente.
Eso no es una relación; es esclavitud.

Se creen con derecho sobre ti.
Creen que les perteneces.

No te ven como una persona con autonomía, sentimientos y derechos.
Te ven como una posesión. Un objeto. Alguien cuya única función es cubrir sus necesidades.
Y la forma en que mantienen esa ilusión de propiedad es a través del control.

Te aíslan.
Minan tu autoestima.
Deforman tu realidad.

No empieza con violencia física. Empieza con una broma.
Con un comentario hiriente disfrazado de chiste.
Con una mirada de desaprobación.
Con una crítica “por tu bien” sobre tus amigos.
Con una queja sobre tu familia.
Con una opinión sobre cómo vistes, cómo hablas, con quién hablas.

Todo está calculado. Todo tiene un propósito.

El maltrato no es una pérdida de control.
Es el control en estado puro.

Y esto es lo que mucha gente no entiende:
El maltrato no se trata “solo” de emociones heridas o de una relación tóxica.
Es un ataque sistemático a tus derechos humanos más básicos.
Tu derecho a estar a salvo. A tener dignidad. A decidir por ti misma.
A pensar, expresarte y moverte con libertad.

Lo entendemos perfectamente cuando se trata de prisioneros de guerra.
Cuando a alguien lo rompen psicológicamente, lo aíslan, lo manipulan, le lavan el cerebro — reconocemos el daño y la gravedad de esas tácticas.
Sabemos que dejan secuelas a largo plazo. Incluso lo llamamos por su nombre: tortura.

Pero cuando se usan esas mismas tácticas contra mujeres, en sus casas, a puerta cerrada, entonces lo llamamos “problemas de pareja”.
Lo minimizamos.
Lo normalizamos.
Les decimos a esas mujeres que tiene que esforzarse más, que sean más comprensivas, que no exageren.
Les decimos: “pero si nunca te ha puesto la mano encima”.
Los excusamos.
Incluso lo romantizamos: llamamos amor a los celos, protección al control, masculinidad a la dominación.

Y con todo eso, le damos espacio para crecer al maltrato.

Este doble rasero —donde reconocemos el sufrimiento de las víctimas de guerra pero ignoramos el de las mujeres maltratadas— refleja claramente cómo la sociedad sigue restando valor a la vida de las mujeres.
Cómo su dolor se ve como algo “normal”.
Cómo su sometimiento sigue aceptándose como parte del orden natural de las cosas.

Pero no es normal.
No es aceptable.
Y desde luego, no es amor.

Es opresión.
Y es una violación de derechos humanos.

Lo que he aprendido — y lo que quiero que tú sepas

Hace muchos años, conocí a un chico encantador.
Era fuerte, protector, divertido, inteligente, guapo… y me hacía sentir en casa. Queríamos lo mismo para el futuro. Pensé que había encontrado a mi persona.

Pero poco después de empezar a salir, empecé a notar cosas que no me cuadraban. En aquel momento no tenía las palabras — no sabía lo que eran las señales de alarma, ni qué aspecto tenía el control coercitivo. Cada vez que algo me hacía sentir incómoda, él contrarrestaba con su “lado bueno”: su ternura, su encanto. Y yo empezaba a dudar de mí misma. Así que me quedaba. Y todo fue a más.

Intenté dejarle tres veces antes de conseguir irme definitivamente a la cuarta.
Estuvimos juntos una década.
Empecé a sospechar que lo que vivía era maltrato tres años antes de marcharme.
No actué hasta el noveno y tardé siete meses en lograr escapar.
Y el abuso no terminó al cerrar la puerta — siguió durante dos años más.

He aprendido mucho en todo ese tiempo, y ahora quiero compartir esas lecciones.
Si consigo aunque sea ayudar a una sola persona a comprender o a reunir fuerzas para escapar, habrá valido la pena.

Esto es lo que quiero que sepas:

1. Aprende qué es el maltrato.
Infórmate sobre el control coercitivo. Aprende a identificar las señales — sobre todo las sutiles, las que no se parecen en nada a las que vemos en las películas. Porque no puedes protegerte de algo que no conoces.

2. Mantén tu independencia económica.
Esto es fundamental. Conserva tu trabajo, tus ingresos, tu cuenta bancaria. Si dependes económicamente de él, salir será muchísimo más difícil — no solo por cubrir lo más básico como vivienda o comida, sino también para acceder a ayuda legal. La asistencia jurídica gratuita es limitada y muchas veces insuficiente. El dinero puede ser tu salvavidas.

3. Asegúrate muy bien antes de tener hijos con alguien.
Sé que esto es difícil de escuchar. Pero cuando tienes hijos con un maltratador, el abuso suele continuar mientras los niños sean menores — e incluso después. La custodia compartida puede convertirse en una herramienta más de control. Si hay una decisión que hay que tomar con calma y con plena consciencia, es esta.

4. Conoce tus derechos — desde el principio.
Estés casada o no, infórmate sobre tus derechos legales y protégete.
Si tu pareja te dice: “Da igual a nombre de quién esté, estamos casados”, recuerda esto: no da igual. Si os separáis y todo está a su nombre, tendrás que pelear en los tribunales por lo que te corresponde — y eso puede tardar años, costarte miles de euros en abogados, y pasarte una factura emocional enorme.

5. No dejes que te aísle de los tuyos.
No te alejes de tu familia y amistades. Cuida tu red de apoyo, aunque él intente hacerte sentir culpable por ello. El aislamiento es una de las herramientas más eficaces que tiene un maltratador — te hace más fácil de controlar, y más difícil de ayudar. No le entregues ese poder.

6. Entiende cómo debería ser una relación sana.
Quizá esta sea la lección más importante de todas.

El amor no debería doler.
El amor debería sanar.
No debería hacerte más pequeña — debería abrirte el mundo, no encogerlo. Una relación sana no te aísla ni te desgasta. No te deja con miedo, ni insegura, ni forzándote a ceder constantemente para evitar conflictos.

Una relación sana es equilibrada — mismos derechos, mismas responsabilidades. Una verdadera pareja es un equipo, no una relación en la que una persona vive adaptándose todo el rato para no enfadar a la otra.

Y dejemos esto claro:
No se trata de “protección”.

Somos personas adultas. No necesitamos que nos protejan — eso, muchas veces, no es más que una forma de disfrazar el control.
Lo que sí necesitamos, y merecemos, es respeto.

Respeto a tus límites.
Respeto a tu independencia.
Respeto a tus pensamientos, tus sueños, tu espacio, tu cuerpo.

Eso es lo que debería ser el amor.
Y si no lo es — si te sientes más pequeña, silenciada o asustada — entonces no es amor. Da igual lo que él diga. Da igual lo “buenas” que parezcan algunas partes suyas.

Y si estás leyendo esto pensando:
Pero yo ya he hecho todo eso. Ya tengo hijos con él. No tengo dinero. Estoy aislada.” — aún hay esperanza.

Aún puedes escapar.
Aún puedes reconstruir tu vida.

Yo tuve la suerte de tener un buen trabajo y personas a mi alrededor. No todo el mundo tiene eso. Pero hay organizaciones que entienden lo que estás viviendo — como Women’s Aid en Reino Unido. Acude a ellas. Úsalas. Ellas sí entienden. No te van a juzgar. Saben cómo funciona esto, tanto en lo práctico como en lo emocional.

No será fácil. Puede que te lleve tiempo. Puede que te vayas y vuelvas. Puede que dudes de ti misma a cada paso.
Pero no estás rota. Y no estás sola.

Sigue adelante.
Paso a paso.
Mereces paz, seguridad, libertad — y un amor que no duela.


💬 Únete a la conversación

Tanto si estás empezando a entender lo qué es el control coercitivo como si ya has pasado por una experiencia de abuso y estás en proceso de sanar, tu voz cuenta. Déjanos tus reflexiones en los comentarios — puede que tus palabras ayuden a alguien más de lo que imaginas.

🎧 También te invito a escuchar un episodio increíblemente poderoso del pódcast Intersecting Voices, con la participación de Natalie Collins, fundadora y directora de Own My Life — el curso que, literalmente, me salvó la vida. En esa conversación, explica cómo funciona realmente el abuso, por qué tantas personas no lo reconocemos al principio y cómo empezar a recuperar tu vida.

🔜 En las próximas semanas compartiré más voces y experiencias — de personas que han sobrevivido a la violencia doméstica en relaciones tanto heterosexuales como LGBTQ+. Porque el abuso no discrimina, y las historias que contamos sobre él, tampoco deberían hacerlo. Podrás encontrarlas aquí:

Karen Docherty, Kim Sabaté, Almudena Lacruz García.

No estás sola. Y sí: sanar es absolutamente posible.


Comentarios

2 responses to “Cuando la Niebla se Levanta — La Verdad Sobre el Control Coercitivo”

  1. fullydifferent883f7792b4 Avatar
    fullydifferent883f7792b4

    Impresionante la claridad de ideas y escritura. Te animo a publicar todos estos escritos en forma de libro. Asi es posible que se puededan beneficiar muchisimas mas personas.

    Like

    1. Eso espero poder hacer en un futuro no muy lejano – gracias por animarme!

      Like

Leave a comment

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.