Autismo — Más de lo que Aparenta

Lo que Pensaba que Sabía Acerca del Autismo

Antes de que la vida me empujara por un camino de profundo autodescubrimiento, mi comprensión sobre la neurodivergencia estaba moldeada por estereotipos anticuados. Creía que el autismo tenía un aspecto concreto: personas calladas, socialmente torpes, sin empatía. No podía estar más equivocada.

No fue hasta que comencé mi propio viaje —pasando por evaluaciones de TDAH, altas capacidades y autismo— cuando me di cuenta de lo compleja, hermosa y diversa que es realmente la neurodivergencia.

El TDAH y las altas capacidades fueron un “sí” inmediato, pero el autismo resultó más complicado. Aunque las pruebas estándar no lo detectaron, las entrevistas con la psicóloga sí llevaron a un diagnóstico.

Al principio me sentí devastada. Había interiorizado tantas ideas equivocadas sobre el autismo que me costaba no verlo como algo “malo” o “incorrecto”.

Buscando claridad, pedí una segunda opinión, y esta vez la conclusión se inclinó más hacia un C-PTSD (trastorno de estrés postraumático complejo) que hacia el autismo.

A medida que profundizaba, descubrí cuánto se solapan los rasgos neurodivergentes con los síntomas del trauma —como evitar el contacto visual, la hipersensibilidad sensorial, el aislamiento social, el desapego emocional, la niebla mental o incluso la disfunción ejecutiva.

Quizá nunca tenga una respuesta definitiva. Y tampoco pasa nada. Porque ahora sé que, sea autista, trauma o simplemente humana en toda mi maravillosa y complicada esencia, no hay nada malo en mí. Nunca lo hubo. Si acaso, todo ello me hace aún más extraordinaria.


El Estigma del que no Hablamos lo Suficiente

Seamos sinceros: el autismo sigue cargando con mucho estigma.

He escuchado a personas usar la palabra autista como insulto, o describir a alguien con dificultades sociales como “autista”, como si fuese algo negativo. Peor aún, he oído a gente confundir el autismo con comportamientos peligrosos o con inestabilidad mental.

Es frustrante y, a la vez, desgarrador, porque esas ideas no podrían estar más alejadas de la realidad.

Es cierto que algunas personas autistas pueden tener más dificultades en entornos sociales. O que algunas también afrontan retos cognitivos o problemas de salud mental. Pero el autismo no es la causa de esas dificultades — y, de hecho, las personas neurotípicas también pueden pasar por lo mismo.

El autismo no trata de “lo que está mal”. Se trata de una forma distinta de ser. Y, en muchos casos, de una forma verdaderamente extraordinaria.


Cómo es Realmente (y por qué no es lo que Imaginas)

Vivir en una sociedad que no está realmente pensada para las personas autistas conlleva sus propios retos. Estos son algunos que me han llamado especialmente la atención:

Interacciones sociales

Muchas personas autistas son increíblemente leales, honestas y profundamente empáticas — a menudo mucho más de lo que la gente se imagina.
Pero, como experimentan el mundo de una manera diferente, adaptarse a las normas sociales puede resultar agotador.
Muchas aprenden a “enmascarar”, es decir, a copiar el comportamiento de quienes las rodean para integrarse — cosas como forzar el contacto visual o reírse en el momento “adecuado”.
Es una estrategia de supervivencia, pero puede dejarte exhausta, vacía o incluso desconectada de ti misma después de interacciones sociales.

Afrontar los cambios

El cambio puede ser complicado para cualquiera, pero para las personas autistas puede resultar abrumador, porque rompe esa frágil sensación de previsibilidad.
Las pequeñas rutinas —como tener el escritorio colocado “a su manera” o seguir un pequeño ritual antes de una tarea— ayudan a crear una sensación de seguridad y control.
A veces se confunde con TOC, pero en realidad tiene más que ver con buscar consuelo en un mundo que a menudo se siente caótico.

Sobrecarga sensorial

Imagina percibir todo: cada sonido, cada destello de luz, cada olor, todo al mismo tiempo.
Así es como puede sentirse una sobrecarga sensorial.
Hace difícil el concentrarse, mantener la calma o, a veces, simplemente existir.
Algunas de las formas más comunes de afrontarlo son el stimming —pequeños movimientos repetitivos como balancearse, caminar de un lado a otro o dar golpecitos con los dedos— o retirarse de entornos abrumadores para recargar energías.


Rompiendo Algunos Grandes Mitos

En este camino de autodescrubrimiento también me he topado con varios mitos sobre el autismo que tuve que desaprender:

“Todo el mundo es un poco autista.”
No. Compartir algunos rasgos o manías no significa que experimentes el mundo de la forma profundamente distinta en que lo hacen las personas autistas.

“El autismo es una enfermedad mental.”
No, no lo es. Es una diferencia en la forma en que el cerebro está conectado. Pero verse obligada a enmascarar o a vivir en un mundo rígidamente neurotípico… eso sí puede llevar a la ansiedad, la depresión o el agotamiento.

“Las personas autistas no sienten empatía.”
Este mito me saca de quicio. Muchas personas autistas sienten demasiada empatía — tanta, que a veces les resulta abrumadora. Lo que pasa es que pueden expresarla de una forma diferente a la que la mayoría espera.

“Todas las personas autistas son genios o tienen talentos extraordinarios.”
Algunas sí, claro, pero la mayoría son personas corrientes y, al mismo tiempo, extraordinarias. Como todas, tienen sus fortalezas y sus dificultades.

“Las personas autistas prefieren estar solas.”
Algunas sí, otras no — igual que cualquier otra persona. Muchas desean conexión, amor y amistad tanto como cualquiera, pero socializar con gente que no las encuentra a medio camino puede requerirles mucho más esfuerzo.


La Verdad sobre la Empatía

Me gustaría profundizar en el mito de que las personas autistas no tienen empatía, porque es algo que se malinterpreta muchísimo.

En realidad, ocurre justo lo contrario: muchas personas autistas sienten demasiada empatía.
Pueden llegar a verse abrumadas por las emociones de los demás, cargándolas tan profundamente que, a veces, resulta casi imposible distinguir las propias de las ajenas.

La empatía no es una sola cosa; en realidad, tiene varios matices:

  • Empatía cognitiva: cuando comprendes de forma lógica lo que otra persona siente, interpretando su expresión facial, su lenguaje corporal o su tono de voz.
  • Empatía emocional (o afectiva): cuando sientes físicamente lo que la otra persona siente, como si sus emociones saltaran hacia ti.
  • Empatía compasiva: cuando no solo sientes por alguien, sino que además te mueve el deseo de ayudar.
  • Empatía motora: cuando, de forma inconsciente, reflejas el lenguaje corporal o las expresiones de otra persona sin darte cuenta.

En muchas personas autistas, la empatía emocional está por las nubes — sienten todo lo que ocurre a su alrededor con una intensidad enorme.
La empatía cognitiva, en cambio —la capacidad de interpretar las señales sociales no verbales— puede ser menor. Pero la observación, la inteligencia e incluso la intuición suelen compensar esa diferencia.

Por su parte, las personas neurotípicas tienden a ser justo al revés: suelen tener más empatía cognitiva y menos empatía emocional.
Eso significa que pueden ser bastante buenas detectando “lo que hay que decir” o leyendo señales sociales, pero no siempre sienten las emociones de los demás con la misma profundidad.

Esa diferencia puede generar desconexión.
Las personas neurotípicas pueden suponer que, si alguien no expresa las emociones de la forma “habitual” —si no sonríe, no llora o no reacciona en el momento esperado—, es que no siente nada.
Pero eso no es cierto.

Detrás de un rostro que quizá no muestre las emociones de la manera que la mayoría espera, suele haber un mundo emocional rico y poderoso.
Solo hay que saber mirar —o, mejor aún, saber escuchar sin expectativas.

El autismo no significa menos empatía.
A menudo significa más: más sensibilidad, más profundidad, más corazón.

Y este es solo uno de los muchos mitos que merecen una mirada más atenta y, sobre todo, más amable.


La Prueba está en Todas Partes

Si aún crees que el autismo limita el potencial, solo tienes que mirar a tu alrededor.
Keanu Reeves, Anthony Hopkins, Daryl Hannah — todos diagnosticados con autismo.

Y hay muchos otros que se sospecha que también lo eran: Emily Dickinson, Nikola Tesla, Jane Austen, Tim Burton, Steven Spielberg.

Las personas autistas no solo sobreviven.
Dirigen, crean, innovan, inspiran.


Al Final

Sea o no autista, este camino me ha enseñado a abrazar todo el espectro de lo que significa ser humana.
Me ha enseñado que la neurodivergencia no es algo que haya que arreglar o temer, sino algo que merece celebrarse.

Y me ha mostrado que las personas a las que quiero —algunas de ellas autistas— no están rotas ni son defectuosas.
Son extraordinarias.
Igual que tú. Igual que yo.


Si esta lectura ha cambiado un poco tu perspectiva, te invito a seguir aprendiendo, escuchando y cuestionando las viejas narrativas. El autismo —como todas las formas de neurodivergencia— es mucho más rico y hermoso de lo que sugieren los estereotipos pasados.

También puedes disfrutar del episodio de la semana pasada de Voces Intersectadas, donde tuve una conversación muy sincera con Chris Niklasson sobre su experiencia con el autismo y cómo ha moldeado su vida — para bien y para mal.

💬 Me encantaría saber lo que piensas y tus experiencias al respecto en los comentarios. Sigamos esta conversación y construyamos un mundo en el que cada cerebro sea visto, valorado y celebrado.


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