Irse no fue el final. Fue el comienzo de una vida que nunca imaginé posible: una vida en la que, por fin, me encontré a mí misma.
Cuando me casé, como la mayoría de la gente, creía que sería para siempre.
No caminamos hacia el altar pensando en finales, sino en comienzos, en esperanza, en construir algo duradero.
Así que, cuando una década después me encontré contemplando la separación —sobre todo teniendo una hija pequeña— no fue una decisión que tomara a la ligera.
Durante mucho tiempo pensé que podía sobrevivir en un matrimonio sin amor. Que si conseguíamos ser buenos compañeros —compartir responsabilidades, criar a nuestra hija— eso sería suficiente. Creía que el amor era un lujo del que se podía prescindir si la lealtad se mantenía en pie.
Pero con el tiempo comprendí que no solo no era querida.
Estaba sola.
Hay una forma muy concreta de soledad que nace de compartir espacio con alguien que te hace sentir invisible. Una soledad más pesada que la de estar realmente sola, porque ocurre en presencia de otra persona. La vida me resultaba más fácil cuando esa persona no estaba. Y esa fue mi llamada de atención.
Ya no se trataba solo de mí.
Se trataba de lo que mi hija estaba aprendiendo.
De lo que llevaría consigo a sus propias relaciones.
Porque los niños no aprenden qué es el amor en los cuentos de hadas ni en las redes sociales: lo aprenden observándonos a los mayores, día tras día.
Y entonces me hice la pregunta más dura:
¿Querría yo este tipo de matrimonio para mi hija?
La respuesta fue un no desgarrador.
Yo querría que fuese amada, respetada, apoyada; que estuviera con alguien que hiciera su mundo más grande, no más pequeño. Con alguien que celebrase su luz, en lugar de sentirse apagado por ella.
Irme no fue rendirme. Fue elegir un futuro mejor.
Para las dos.
Sin Mirar Atrás
Me llevó un par de años actuar.
Pero una vez que por fin me fui, no volví la vista atrás.
Fue fácil.
Antes, cargaba con el peso pesado y asfixiante de un matrimonio infeliz.
Ahora sigo teniendo responsabilidades —pero son manejables, y son mías.
Y, de algún modo, se sienten más ligeras.
La gente espera que atravieses las siete etapas del duelo tras una separación.
Yo no lo hice.
No me sentí vacía.
No me sentí perdida sin él.
Me sentí viva.
Llena de energía y de esperanza.
Como si alguien hubiera abierto de par en par todas las ventanas después de años respirando aire viciado.
Perdiéndome — y Encontrándome— a Mí Misma
Mi verdadera lucha no fue la pérdida de la relación.
Fue la enorme sensación de pérdida de identidad.
Cuando miraba atrás, no podía señalar el momento exacto en el que yo había desaparecido.
¿Fue cuando me convertí en la esposa de alguien?
¿En la madre de alguien?
¿En empleada?
¿En jefa?
En algún punto del camino, ya no quedaba espacio para mí, la persona.
Intenté volver a ser quien era antes del matrimonio, solo para descubrir que esa persona ya no existía.
Tuve que reinventarme desde cero.
No fue fácil.
Fue duro, incómodo y, a veces, solitario.
Pero me tomé mi tiempo. Busqué terapia.
Recibí un diagnóstico de neurodivergencia que me ayudó a entenderme mejor que nunca.
Construí redes y encontré grupos de apoyo.
Descubrí nuevas pasiones, las seguí y dejé que me moldearan.
Y, con el tiempo, me enamoré de la nueva versión de mí misma.
Una versión más sabia, más fuerte, más consciente.
Una mujer que se niega a apagar su luz para no incomodar a los demás.
“Espero que Vuelvas a Encontrar el Amor…”
Cuando la gente me dice: «Espero que encuentres el amor de nuevo», sonrío y respondo: «No, gracias».
Porque lo que sé de las relaciones —al menos de las que yo he vivido— es que suelen ser una constante y, a menudo, desequilibrada negociación.
Es que te frenen «por el bien de la relación».
Es apagar tu luz para que la otra persona no se sienta opacada.
Es dejar a un lado tus sueños y ambiciones para encajar en una versión más pequeña y más segura de ti misma.
Por primera vez en mi vida, estoy cómoda estando sola.
Me encanta la libertad.
Me encanta el espacio que he creado.
Me encanta la vida que he construido —para mí, y con mi hija.
Si aparece alguien que pueda ofrecer una relción de verdadera igualdad—alguien que respete mi autonomía, mis ambiciones, mi brillo— sería maravilloso.
Si alguien puede encajar en mi vida sin pedirme que la haga más pequeña —aún mejor.
Pero no estoy buscando.
Porque estar sola no da miedo cuando aprendes a quererte.
El amor romántico no es un requisito para la felicidad.
Y cuando me preguntan si me casaría de nuevo, digo:
«El matrimonio no tiene nada que ver con el amor».
Es tan fácil casarse… y tan dolorosamente difícil —y caro— deshacerlo cuando eliges mal.
No necesito un papel para validar mi amor, mi vida o mi valor.
Me tengo a mí misma.
Y, por primera vez, eso es más que suficiente.
Viviendo con Contradicciones
Mientras estuve casada, a menudo me sentí como una madre soltera.
La mayoría de las responsabilidades de criar a nuestra hija recaían sobre mí.
Trabajaba.
Me ocupaba de nuestra hija.
Se esperaba que fuera la “buena esposa”, que lo pusiera a él primero, que priorizara sus necesidades y ambiciones por encima de las mías.
Aunque ambos estábamos avanzando en nuestras carreras profesionales, se esperaba que yo diera un paso atrás: quedarme para cuidar a nuestra hija, hacer los sacrificios que nadie más quería asumir.
Francamente, no me arrepiento de haberlo hecho.
Es la misma elección que he tomado cada día desde que me separé, y la elección que seguiré tomando.
Porque los trabajos van y vienen, pero la infancia ocurre solo una vez.
Así que quiero estar presente en todo lo que pueda.
Pero elegir estar presente para mi hija no significa abandonarme a mí misma.
Sigo teniendo ambiciones.
Sigo necesitando espacio para mí: para respirar, crecer, crear, vivir.
Pasar de ser madre a tiempo completo a ser madre “la mayor parte del tiempo” tras la separación fue una transición difícil.
Hay un tirón constante y contradictorio: la culpa de querer tiempo para mí y la soledad dolorosa cuando ella no está.
Contando los días hasta tener tiempo para mis proyectos…
Y luego contando las horas hasta que vuelva y llene la casa con su energía de nuevo.
Si hubiera tenido una pareja que compartiera realmente las responsabilidades, si hubiera tenido una red de apoyo local fuerte, quizá habría podido equilibrarlo todo mejor.
Quizá habría logrado construir una vida donde hubiera espacio para crecer sin sentir que era a costa de no estar con ella.
Pero esa no es la estructura familiar que tenemos.
No es la que habría elegido.
Pero es nuestra — y hemos aprendido a sacarle el máximo partido.
He aprendido a vivir con contradicciones:
Disfrutar del tiempo que paso con ella y al mismo tiempo desear el tiempo que paso sola.
A aprovechar mis momentos de tranquilidad sin ahogarme en culpa.
A quererla con intensidad — y a quererme a mí misma con la misma intensidad.
Puede que esta no sea la vida que imaginé, pero es la vida que estamos construyendo — día a día, de forma honesta, imperfecta y hermosa.
✨¿Alguna vez has tenido que reconstruir tu vida tras un cambio importante? ¿O has tenido un momento en el que te diste cuenta de que necesitabas elegirte a ti misma?
Si alguna parte de mi historia resuena contigo, me encantaría conocer la tuya.
Creemos un espacio donde podamos ser honestos, vulnerables y apoyarnos unos a otros.✨
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